En el mundo hay unos 2.100 millones de personas que carecen de acceso a agua potable en el hogar. Muchas de ellas tienen que hacer desplazamientos de más de 30 minutos para poder abastecerse. Si les dijéramos que en nuestras casas sólo tenemos que abrir un grifo para obtener todo el agua potable que queramos, seguramente nos mirarían con caras de asombro y con cierta envidia; expresiones que tornarían en incredulidad y enfado si se enteraran de que, a pesar de contar con esa extraordinaria posibilidad, hay mucha gente que opta por beber agua embotellada. ¿Qué motivos llevan a estas personas a sustituir el agua del grifo por agua envasada?
La primera razón es, sin duda, el sabor. Se suele decir que el agua es insípida, pero en realidad no es así. Es algo que podemos comprobar fácilmente si bebemos agua del grifo de diferentes ciudades o agua envasada de distintas marcas. Sin necesidad de ser catadores expertos, encontraremos notables diferencias entre ellas: algunas con sabores más intensos, otras más insípidas, sosas, etc. Y desde luego, algunas nos gustarán, mientras que otras nos resultarán incluso desagradables. El sabor del agua depende principalmente de los minerales que contenga y esto es algo que viene determinado por su origen. Si el agua procede por ejemplo de suelos graníticos, arrastrará pocos minerales y su sabor será muy suave, mientras que, si proviene de suelos calizos, tendrá una notable cantidad de magnesio y calcio disueltos, elementos que determinan la dureza del agua y que aportan un fuerte sabor que resulta desagradable para muchas personas. Esto es lo que ocurre por ejemplo en la zona de Levante que es, junto con las Islas Canarias, donde más agua envasada se consume. Pero ¿acaso hay alternativa?
Hay quien dice que es cuestión de acostumbrarse al sabor del agua del grifo, de la misma forma que nos habituamos a otros sabores que nos resultan desagradables cuando los probamos por primera vez, como por ejemplo el del café. Desde luego, es una buena opción, aunque no todo el mundo es capaz de hacerlo. Y es que también es cuestión de gustos. ¿Qué podemos hacer entonces? Hay personas que echan mano de algún truco casero para tratar de camuflar el sabor del agua, como añadir rodajas de limón o enfriarla. Otras optan por utilizar sistemas de filtración o purificación, como jarras filtradoras o sistemas de ósmosis inversa, cuyo fin es retirar parte de los compuestos responsables del sabor. Estos pueden resultar útiles, pero conviene informarse bien, no sólo para conocer su efectividad y su coste económico y medioambiental, sino también para evitar caer en alguna de las innumerables estafas que existen en ese terreno.
En cualquier caso, esperemos que en un futuro cercano el sabor no sea un impedimento para consumir agua del grifo. En algunas ciudades ya se están estudiando soluciones para lograrlo, basadas en optimizar el proceso de tratamiento con el uso de filtros de carbono activo para retirar parte de los minerales o con la utilización de luz ultravioleta para poder reducir la cantidad de cloro en la desinfección, ya que este elemento, al combinarse con el calcio, contribuye a empeorar el sabor.
Ese sabor tan intenso, además de resultar desagradable al paladar, suele generar desconfianza en muchas personas. Aunque no es lo único que despierta temores. En una sociedad en la que el miedo infundado hacia los compuestos químicos va en aumento, cada vez hay más gente que duda de la seguridad del agua del grifo. Hay quien piensa que está cargada de contaminantes, como arsénico o pesticidas, y quien recela del cloro que se emplea para potabilizarla. Por eso suelen optar por el consumo de agua mineral, ya que no sufre apenas tratamientos y no se le puede añadir ningún agente desinfectante. Sin embargo, eso no quiere decir que esté exenta de riesgos. Y es que, independientemente de su origen, todas las aguas son susceptibles de estar contaminadas, así que es necesario realizar tratamientos y controles para asegurar su inocuidad. En el caso del agua mineral lo que se hace principalmente es realizar análisis físico-químicos y microbiológicos. Por su parte, el agua del grifo, además de ser analizada exhaustivamente en todos los puntos del suministro, es depurada mediante procesos físicos, como la decantación o la filtración, y se desinfecta con distintos métodos, como el uso de ozono o cloro. Este último compuesto es, con mucho, el que más se utiliza, debido a sus importantes ventajas: es barato, eficaz, fácil de aplicar y tiene efecto residual, es decir, sigue ejerciendo su acción cuando el agua llega hasta el grifo de nuestras casas. Por el contrario, también tiene algunos inconvenientes: es tóxico en altas dosis y, al combinarse con materia orgánica, es capaz de formar compuestos potencialmente cancerígenos llamados trihalometanos. Esto es precisamente lo que causa recelos en algunas personas. Sin embargo, existen límites máximos para la presencia de esas sustancias y se realizan controles para que no supongan ningún riesgo para la salud, así que no hay motivo para asustarse. El 99,5% del agua que sale por los grifos españoles es segura. Cuando no lo es, como ocurre en el caso de ese 0,5%, se corta el suministro. Lo que sí debería preocuparnos es la idea de beber agua sin control sanitario, algo que parece estar cada vez más de moda debido a la creciente tendencia que lleva a muchas personas a pensar que “lo natural” es bueno, olvidando que lo realmente “natural” es padecer enfermedades como gastroenteritis, cólera o fiebre tifoidea, asociadas al consumo de ese tipo de agua.
Además del sabor y las cuestiones relacionadas con la seguridad, otro de los motivos por los que se suele sustituir el agua del grifo por agua mineral es el aspecto nutricional. Se suele pensar que las aguas duras, ricas en calcio, provocan cálculos renales u otros problemas de salud.
Esta idea suele estar reforzada por la publicidad que hacen las empresas de aguas envasadas, donde es habitual encontrar anuncios en los que se insinúa que es preferible consumir agua de mineralización débil. Sin embargo, no hay evidencias científicas suficientes para pensar que las aguas duras sean perjudiciales para la salud de la población general (aunque quizá algunos grupos de población específicos sí deberían reducir o evitar su consumo, como las personas que ya padecen cálculos renales, una patología que, por cierto, viene determinada por muchos factores). Al contrario de lo que se suele pensar, consumir este tipo de agua podría tener aspectos positivos, debido a su aporte de calcio y magnesio.
Hay otras creencias en torno al consumo de agua y la nutrición que tradicionalmente han sido potenciadas por la publicidad. Una de ellas es que beber agua mineral adelgaza o posee especiales propiedades para depurar el organismo, algo que carece de fundamento. Aunque la creencia más extendida es sin duda la que habla de la necesidad de ingerir dos litros de agua al día, lo que hace que muchas personas se sientan en la obligación de tener siempre cerca una botella de agua. Tampoco hay motivo alguno para hacer esto. Si no tenemos ninguna necesidad especial, deberíamos beber en función de nuestra sed. Ni más ni menos.
Una buena parte del consumo de agua envasada (en torno a un 30%) corresponde al que se hace en hostelería. Y es que en España, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos, no se suele servir agua del grifo con las comidas. Se trata de una idea que ya ha sido propuesta o llevada a cabo por varios municipios, aunque siempre rodeada de polémica, porque es algo que enfada a muchos hosteleros, que no están dispuestos a renunciar a los ingresos que les reporta la venta de agua envasada. Mientras tanto, algunos prueban con lo que consideran una posible alternativa, mucho más rentable y que por el momento parece que goza de buena imagen, consistente en vender agua del grifo filtrada por ellos mismos a precio de agua mineral o incluso más cara. Un negocio redondo (en una botella muy bonita, eso sí).
En resumen, de entre los motivos que acabamos de ver, hay muy pocos que justifiquen realmente el consumo de agua envasada; entre ellos: el sabor en casos muy concretos, determinados aspectos relacionados con la salud de grupos de población específicos o la disponibilidad, cuando no tenemos un grifo a mano. No debemos olvidar que el agua envasada presenta muchos inconvenientes frente al agua del grifo. Uno de ellos es su precio. Con el dinero que pagamos por 6 litros de agua mineral podríamos beber agua del grifo durante un año entero. Otro de los grandes inconvenientes es el impacto ambiental. Y es que el agua envasada requiere el uso de muchos recursos que tienen un efecto negativo sobre el medio ambiente, como el combustible necesario para transportarla o los envases en los que se comercializa, que además suelen ser de plástico.
En definitiva, el agua del grifo es segura, mucho más barata, más respetuosa con el medio ambiente y podemos abastecernos de ella de forma mucho más cómoda, así que es sin duda la primera opción que deberíamos contemplar, dejando el agua envasada para situaciones particulares.
Este artículo fue publicado originalmente en El Confidencial.
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